En el capítulo cinco, nos habíamos quedado cuando ya toda la tropa estaba bien colocada en transportines y ahora explicaré cómo comienza el difícil trance de llegar hasta el veterinario, o lo que es lo mismo, el calvario.
Ya sólo bajar en el ascensor la cosa es complicada. Para empezar, hay que amontonarlos uno encima del otro, cosa que como es de suponer, no gusta nada a las delicadas fierecillas. Eso da paso a que una tenga la oportunidad de creer que está mismamente en Kenya o Tanzania, ya que ni los leones en celo de las llanuras africanas emiten tantos gruñidos en apenas un m2. que tiene el habitáculo. Os aseguro, jugándome hasta la última pestaña, que no van a callar hasta que no lleguen de nuevo a casa y campen a sus anchas. Entonces enmudecen hasta el próximo año.
Ya metidos en el coche, una procura ponerles cómodamente alineados en el asiento posterior e intenta calmarlos diciéndoles tonterías varias, cosa que a ellos les resbala, y de que manera, y lo único que se consigue es que te miren, sin dejar de gruñir, con una cara a la que tampoco está una acostumbrada, sintiéndote poco menos que verduga. Y eso que van sólo a una simple vacunación que si no....
El viaje, aunque corto, a una le parece una romería y mientras dura, me hago el firme propósito de que al llegar a casa y sacar a los mininos, de cena me haré una tortilla de Valiums.
Y todo eso yendo en el coche propio, que si vas en taxi la cosa tiene guasa. A saber:
Para empezar, ya tienes que ir, como mucho, con dos gatos y llevarlos en un solo transportín para que no cunda el pánico. Las reticencias de los taxistas son reales y normalmente, ya te tienes que hacer a la idea de salir con mucho, mucho tiempo, antes de que haya esa excepción que se va a parar a tu lado y te recoja. Una mira entonces a su alrededor por si a quien va a subir es a otra persona, pero no, ha habido suerte y es por "una y sus circunstancias" por quien se ha apeado. Casi siempre son a quienes les gustan los animales, que si no empiezas a pensar que eres transparente y pasan de largo porque sencillamente "no te ven". JA.
Cuando por fin llegamos al veterinario, en este caso los cuatro misinos, yo y quien me acompañe, pasamos al desembarque, que también tiene lo suyo, ya que al llegar lo más facil es que la gente que pueda haber en la sala de espera crea que llega Angel Cristo con su circo, no sólamente por los consabidos gruñidos, si no porque se empiezan a entrar transportines, uno, otro y así hasta cuatro ( cinco hasta hace poco) y con eso vaya si se puede montar un circo...
Cuando entras ya a la visita, el facultativo emite la primera sentencia sin haber desenfundado todavía a los misinos: "ESTÁN MUY GORDOS", a lo que, invariablemente, una va a poner cara angelical o de despiste y también, como siempre, responderá: "no puede ser... si comen como pajaritos". Y una cree que el diagnóstico visual estará motivado por la curvatura de mi lomo cuando cargo con el transportín, con lo cual, la próxima, apareceré más tiesa que un palo al objeto de aparentar ligereza. Tiemblo ya pensando que eso lo dice con el gato aún metido dentro, pero ya es que me da un yuyu cuando pasa al pesaje real y ya entonces nadie me libra del galénico discurso: "que no es bueno para su salud, que lo acusarán cuando sean mayores, que si el hígado, que si los huesos, bla, bla, bla. Me receta pienso ultralight y me pauta unas raciones que creo que cuando se las ponga, me van a mirar pensando que eso es el rancho de las hormigas, a lo que yo, con cara de pena, le prometo por mis colmillos que la próxima vez que los lleve, va a creer que ve sílfides del Olimpo. La cara del facultativo me sorprende porque sólo denota incredulidad. ¿Porqué será?.
Cuando crees que ya has pasado todo el trago, te das cuenta que queda el peor: pagar la visita de los cuatro, la cual comprende la vacunación, corte de uñas, limpieza de oídos, etc.etc., y eso si que duele. Durante algún tiempo una se va a tener que olvidar de practicar el shopping y otros menesteres gravosos y como mucho frecuentará el Caprabo y va que arde, y si coincide con las vacaciones de verano, que os voy a contar. Mejor montar una tienda de campaña en la terraza, así de paso, te quedas cerca de tus gatos.
Ya sólo bajar en el ascensor la cosa es complicada. Para empezar, hay que amontonarlos uno encima del otro, cosa que como es de suponer, no gusta nada a las delicadas fierecillas. Eso da paso a que una tenga la oportunidad de creer que está mismamente en Kenya o Tanzania, ya que ni los leones en celo de las llanuras africanas emiten tantos gruñidos en apenas un m2. que tiene el habitáculo. Os aseguro, jugándome hasta la última pestaña, que no van a callar hasta que no lleguen de nuevo a casa y campen a sus anchas. Entonces enmudecen hasta el próximo año.
Ya metidos en el coche, una procura ponerles cómodamente alineados en el asiento posterior e intenta calmarlos diciéndoles tonterías varias, cosa que a ellos les resbala, y de que manera, y lo único que se consigue es que te miren, sin dejar de gruñir, con una cara a la que tampoco está una acostumbrada, sintiéndote poco menos que verduga. Y eso que van sólo a una simple vacunación que si no....
El viaje, aunque corto, a una le parece una romería y mientras dura, me hago el firme propósito de que al llegar a casa y sacar a los mininos, de cena me haré una tortilla de Valiums.
Y todo eso yendo en el coche propio, que si vas en taxi la cosa tiene guasa. A saber:
Para empezar, ya tienes que ir, como mucho, con dos gatos y llevarlos en un solo transportín para que no cunda el pánico. Las reticencias de los taxistas son reales y normalmente, ya te tienes que hacer a la idea de salir con mucho, mucho tiempo, antes de que haya esa excepción que se va a parar a tu lado y te recoja. Una mira entonces a su alrededor por si a quien va a subir es a otra persona, pero no, ha habido suerte y es por "una y sus circunstancias" por quien se ha apeado. Casi siempre son a quienes les gustan los animales, que si no empiezas a pensar que eres transparente y pasan de largo porque sencillamente "no te ven". JA.
Cuando por fin llegamos al veterinario, en este caso los cuatro misinos, yo y quien me acompañe, pasamos al desembarque, que también tiene lo suyo, ya que al llegar lo más facil es que la gente que pueda haber en la sala de espera crea que llega Angel Cristo con su circo, no sólamente por los consabidos gruñidos, si no porque se empiezan a entrar transportines, uno, otro y así hasta cuatro ( cinco hasta hace poco) y con eso vaya si se puede montar un circo...
Cuando entras ya a la visita, el facultativo emite la primera sentencia sin haber desenfundado todavía a los misinos: "ESTÁN MUY GORDOS", a lo que, invariablemente, una va a poner cara angelical o de despiste y también, como siempre, responderá: "no puede ser... si comen como pajaritos". Y una cree que el diagnóstico visual estará motivado por la curvatura de mi lomo cuando cargo con el transportín, con lo cual, la próxima, apareceré más tiesa que un palo al objeto de aparentar ligereza. Tiemblo ya pensando que eso lo dice con el gato aún metido dentro, pero ya es que me da un yuyu cuando pasa al pesaje real y ya entonces nadie me libra del galénico discurso: "que no es bueno para su salud, que lo acusarán cuando sean mayores, que si el hígado, que si los huesos, bla, bla, bla. Me receta pienso ultralight y me pauta unas raciones que creo que cuando se las ponga, me van a mirar pensando que eso es el rancho de las hormigas, a lo que yo, con cara de pena, le prometo por mis colmillos que la próxima vez que los lleve, va a creer que ve sílfides del Olimpo. La cara del facultativo me sorprende porque sólo denota incredulidad. ¿Porqué será?.
Cuando crees que ya has pasado todo el trago, te das cuenta que queda el peor: pagar la visita de los cuatro, la cual comprende la vacunación, corte de uñas, limpieza de oídos, etc.etc., y eso si que duele. Durante algún tiempo una se va a tener que olvidar de practicar el shopping y otros menesteres gravosos y como mucho frecuentará el Caprabo y va que arde, y si coincide con las vacaciones de verano, que os voy a contar. Mejor montar una tienda de campaña en la terraza, así de paso, te quedas cerca de tus gatos.
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