Cuando te despides de una mascota, con el inmenso dolor que eso supone y que sobra describir aquí, solo tienes un pensamiento en la cabeza: NUNCA MAS.
Paradójicamente, todos los que te rodean también tienen otro con el que te regalan los oídos machaconamente: PRONTO TENDRÁS OTRO.
A lo que tú, repites por enésima vez que JAMAS. ¿Y cuanto dura esa firme decisión en la que sólo por una vez te habla la cabeza y no la maldita víscera a la que conocemos como corazón?. En mi caso NADA.
He explicado en el capítulo 7 (muy por encima) como fué nuestra primera gata y que todavía quedan vestigios de su paso por nuestra vida. Pues bien, después de jurar y perjurar que nadie borraría ni sus huellas (que son muchas) ni mi idea de no poner a ningún otro animal en casa (firme como el acero), no solo no lo cumplo si no que me vuelvo blanda como un merengue y cojo no solo uno si no DOS. Y si creeís que había pasado un cierto tiempo prudencial entre la despedida de la primera y la venida de los segundos, craso error: habían pasado TRES míseros días.
Me explico: al tercer día, yo también resucité y como mi hija amantísima estaba igual de floja que yo, entre las dos empezamos un tour por toda Barcelona para ver si encontrábamos un cachorro al que malcriar y que de paso paliase un poco la tristeza que nos había dejado la gata. En las tiendas parecía que había habido rebajas ya que, por extraño que parezca, al no ser época de cría, nos encontramos con que los poquísimos que había o eran de razas muy especiales, con un precio también especial o te decían que ya te llamarían cuando tuviesen una camada. Al querer uno "normalito" nos quedamos con las ganas.
Entonces se nos ocurrió otra idea: ver en algunas publicaciones las secciones de animales y entrándonos la vena altruista decidimos coger alguno que hubieran recogido a este efecto. Así contactamos con alguien que tenía en su casa una camada, de unos tres meses, que se había encontrado en un terreno de su pueblo y que regalaba a quien los quisiese. Pusimos la directa con idea que quedarnos el que ella nos describió como "ideal" por bueno, bonito y ya de paso barato.
Cuando llegamos y tocamos a su puerta, aquello ya fué un comienzo premonitorio. Empezaron a salir gatos y más gatos y ante nuestro asombro, por no decir embobamiento, la señora nos dijo que todos los demás también los daba, que estaban recogidos del mismo lugar y que se trataba de un solar al lado de su casa en el que había una colonia felina de la que ella iba rescatando los que podía, para colocar posteriormente en una "buena familia".
Rediez, pensé de inmediato. De aquí no te vas a marchar de rositas, maja, pensé también. Y así pasó. Cogí en mis brazos el que ella me había publicitado ampliamente como que tenía en sus manitas como calcetines blancos, que era muy bueno, que tenía el pelo como el azabache, que el morrito era como un antifaz blanco, etc.etc. Hasta ahí todo verdad. Pero no matizó que estaba lleno de ácaros, que el pelo azabache era un estropajo, que el morro y los calcetines eran más bien grises y que en conjunto todo él era una piltrafilla. Pero no nos importó nada porque el muy cuco, así que estuvo colocado en mis brazos, se apoltronó de tal manera que parecía le hubiesen encolado.
Pero amigos, cuando la señora hacía retirarse al resto, descubrimos en un rincón un pequeño ovillo negro, negrísimo, que al tacto solo se notaba pellejo y ojos. Nos miraba con esa cara que solo saben poner los animales y que nosotros interpretamos rápidamente: QUIERO IR CONTIGO. Y yo os digo que mi intención era férrea e inapelable, hasta que me colocaron aquel amasijo de huesos en brazos también. Si el otro se estaba quieto, este ya directamente estaba catatónico y temblando como hoja de perejil. Era frágil y era un crimen dejarlo ahí entre tamaña jauría, así que ahora venía el dilema: O el Brad Pitt de los calcetines o la bolita negra necesitada.
Dos segundos y.... LOS DOS.
Así fué como entraron en casa los gatos PEPO y LUA.
A Pepo lo llamamos también "cartujo" ya que una de sus aficiones favoritas es la de internarse en su armario preferido y no salir de él excepto para comer y otras necesidades, por eso lo comparamos con los monjes de esa orden. Eso sí, a media tarde se deja caer entre los humanos y nos regala su presencia imponente hasta la noche. Es grande y serio, noble con todo el resto de tropa y el único que pone orden cuando puede. Si no, pone los pies en polvorosa porque ante todo es sabio. Efectivamente, se gasta una especie de botines que ahora sí que son blancos, blanquísimos y luce un pelaje que para mí quisiera yo. Costó mucho sacarlo adelante porque estaba bien "perjudicado" por la vida a pesar de sus cuatro meses, pero se consiguió y hay constancia de ello en este blog.
El ovillo negro resultó ser una gata, Lua (luna en galaico) que pasó a ser el animal más espectacular de cuantos han pasado por esta casa. Lavada y cepillada, recuperada de sus males y de sus hambres, resultó ser de cruce con angora y lucía majestuosa para todas las fotografías que se le tomasen. Era como una esfinge azabache con inmensos ojos verdes. Muy reservada, era la imagen que yo veía cuando miraba a mi alrededor. Siempre cerca de mí, ahora, cuando demasido pronto ya no está, parece que la busque con la mirada. Le encantaban los cepillados y el aseo y aunque sea cursi, realmente era una dama, felina, pero dama.
Así fué como llegó a casa el lote al que yo denominé EL ULTIMO, y que naturalmente, los demás se encargaron de que no fuese así, pero esa es otra historia.
Paradójicamente, todos los que te rodean también tienen otro con el que te regalan los oídos machaconamente: PRONTO TENDRÁS OTRO.
A lo que tú, repites por enésima vez que JAMAS. ¿Y cuanto dura esa firme decisión en la que sólo por una vez te habla la cabeza y no la maldita víscera a la que conocemos como corazón?. En mi caso NADA.
He explicado en el capítulo 7 (muy por encima) como fué nuestra primera gata y que todavía quedan vestigios de su paso por nuestra vida. Pues bien, después de jurar y perjurar que nadie borraría ni sus huellas (que son muchas) ni mi idea de no poner a ningún otro animal en casa (firme como el acero), no solo no lo cumplo si no que me vuelvo blanda como un merengue y cojo no solo uno si no DOS. Y si creeís que había pasado un cierto tiempo prudencial entre la despedida de la primera y la venida de los segundos, craso error: habían pasado TRES míseros días.
Me explico: al tercer día, yo también resucité y como mi hija amantísima estaba igual de floja que yo, entre las dos empezamos un tour por toda Barcelona para ver si encontrábamos un cachorro al que malcriar y que de paso paliase un poco la tristeza que nos había dejado la gata. En las tiendas parecía que había habido rebajas ya que, por extraño que parezca, al no ser época de cría, nos encontramos con que los poquísimos que había o eran de razas muy especiales, con un precio también especial o te decían que ya te llamarían cuando tuviesen una camada. Al querer uno "normalito" nos quedamos con las ganas.
Entonces se nos ocurrió otra idea: ver en algunas publicaciones las secciones de animales y entrándonos la vena altruista decidimos coger alguno que hubieran recogido a este efecto. Así contactamos con alguien que tenía en su casa una camada, de unos tres meses, que se había encontrado en un terreno de su pueblo y que regalaba a quien los quisiese. Pusimos la directa con idea que quedarnos el que ella nos describió como "ideal" por bueno, bonito y ya de paso barato.
Cuando llegamos y tocamos a su puerta, aquello ya fué un comienzo premonitorio. Empezaron a salir gatos y más gatos y ante nuestro asombro, por no decir embobamiento, la señora nos dijo que todos los demás también los daba, que estaban recogidos del mismo lugar y que se trataba de un solar al lado de su casa en el que había una colonia felina de la que ella iba rescatando los que podía, para colocar posteriormente en una "buena familia".
Rediez, pensé de inmediato. De aquí no te vas a marchar de rositas, maja, pensé también. Y así pasó. Cogí en mis brazos el que ella me había publicitado ampliamente como que tenía en sus manitas como calcetines blancos, que era muy bueno, que tenía el pelo como el azabache, que el morrito era como un antifaz blanco, etc.etc. Hasta ahí todo verdad. Pero no matizó que estaba lleno de ácaros, que el pelo azabache era un estropajo, que el morro y los calcetines eran más bien grises y que en conjunto todo él era una piltrafilla. Pero no nos importó nada porque el muy cuco, así que estuvo colocado en mis brazos, se apoltronó de tal manera que parecía le hubiesen encolado.
Pero amigos, cuando la señora hacía retirarse al resto, descubrimos en un rincón un pequeño ovillo negro, negrísimo, que al tacto solo se notaba pellejo y ojos. Nos miraba con esa cara que solo saben poner los animales y que nosotros interpretamos rápidamente: QUIERO IR CONTIGO. Y yo os digo que mi intención era férrea e inapelable, hasta que me colocaron aquel amasijo de huesos en brazos también. Si el otro se estaba quieto, este ya directamente estaba catatónico y temblando como hoja de perejil. Era frágil y era un crimen dejarlo ahí entre tamaña jauría, así que ahora venía el dilema: O el Brad Pitt de los calcetines o la bolita negra necesitada.
Dos segundos y.... LOS DOS.
Así fué como entraron en casa los gatos PEPO y LUA.
A Pepo lo llamamos también "cartujo" ya que una de sus aficiones favoritas es la de internarse en su armario preferido y no salir de él excepto para comer y otras necesidades, por eso lo comparamos con los monjes de esa orden. Eso sí, a media tarde se deja caer entre los humanos y nos regala su presencia imponente hasta la noche. Es grande y serio, noble con todo el resto de tropa y el único que pone orden cuando puede. Si no, pone los pies en polvorosa porque ante todo es sabio. Efectivamente, se gasta una especie de botines que ahora sí que son blancos, blanquísimos y luce un pelaje que para mí quisiera yo. Costó mucho sacarlo adelante porque estaba bien "perjudicado" por la vida a pesar de sus cuatro meses, pero se consiguió y hay constancia de ello en este blog.
El ovillo negro resultó ser una gata, Lua (luna en galaico) que pasó a ser el animal más espectacular de cuantos han pasado por esta casa. Lavada y cepillada, recuperada de sus males y de sus hambres, resultó ser de cruce con angora y lucía majestuosa para todas las fotografías que se le tomasen. Era como una esfinge azabache con inmensos ojos verdes. Muy reservada, era la imagen que yo veía cuando miraba a mi alrededor. Siempre cerca de mí, ahora, cuando demasido pronto ya no está, parece que la busque con la mirada. Le encantaban los cepillados y el aseo y aunque sea cursi, realmente era una dama, felina, pero dama.
Así fué como llegó a casa el lote al que yo denominé EL ULTIMO, y que naturalmente, los demás se encargaron de que no fuese así, pero esa es otra historia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario