Si hay un día en el que una se levanta particularmente irritable, casi siempre es el que va a visitar al veterinario por el tema de la vacunación masiva. Ya el día anterior se va produciendo un caldo de cultivo, parecido al vinagre, que al amanecer ya se ha transformado directamente en veneno. ¿Exageraciones?. De eso nada.
Empieza el día "D" con la firme decisión de no ponerse de los nervios, y es que una sigue los consejos del facultativo consistentes en infundirse tranquilidad, al objeto de no poner a mil a la tropa. A medida que pasan los minutos, una se da cuenta de que la psicología moderna es un rollo y que aunque, maduramente, trates de llevar a los misinos tranquilamente, el desarrollo de los posteriores acontecimientos te demostrará, inevitablemente, que vas como de camino a la cruz.
Una todavía se pregunta porqué cuando te diriges al altillo, cosa que solo ocurre un par de veces al año, ya todos saben que vas a bajar los transportines (para ellos sinónimo de tortura segura), cuando en el mismo altillo hay cosas como para llenar el Rastro. Siempre aciertan.
Cuando ya los has bajado al suelo y abre las puertas lentamente con el inocente esperanza de que vayan metiéndose en el interior, empiezan las carreras. Ni la de San Silvestre en Madrid, ni la maratón del Corte Inglés en Barcelona, convocan a tan veloces atletas. Luego, el problema es encontrarlos ya que son vistos y no vistos. Comienza entonces una desesperada búsqueda en la cual los minutos pasan como un suspiro. Cuando ya han pasado algunos (generalmente muchos), aparece el primero agazapado en lo más recóndito de detrás de un sofá. Una lo mueve con ganas para ver si sale, pero el gato parece que queda abducido por la pared y literalmente desaparece. Vuelta a empezar.
El minino se ha ido a la otra punta del piso, que es mucha punta, y una corre que se las pela porque ha creído divisar a otro. Hay suerte y suspira pensando en el "codiciado botín". Se dirige debajo de la cama y efectivamente, cuatro ojos como faroles la miran entre desafiantes y resignados. Una trata de calmarles prometiéndoles hasta el cielo pero los gatos erre que erre. Una pasa al plan B consistente en ponerse a su altura, es decir, arrastrarse cual gusano patatero por debajo de la cama y tratar de coger alguna cola y estirarla hasta que el gato ceda. Efectivamente así pasa, no si antes haber dejado al felino casi sin rabo, pero es que a una ya no le queda más compasión que para sí misma en esos momentos. Ultimo tirón y zas, metido en el transportín. ¿Y el otro? Buena pregunta y fácil respuesta: ha huído.
Vuelta a empezar. El segundo siempre cuesta coger más que el primero, ya que el factor sorpresa no nos va a ayudar. El muy resabiadillo ha visto la táctica enemiga y se marca un objetivo: hacerse invisible.
Una cree que conoce todos los rincones de su casa, pero en dias como ese se da cuenta de que deben existir lugares en los que sólo los chinches pueden esconderse. Después de sentarse en el sofá y recobrar fuerzas y respiración, parece que la inspiración divina ha llegado por fín y pasa a ver si detrás de la nevera cabe algo más que polvo. ALELUYA, si hay que creer se cree, porque se ha producido el milagro. Amontonados uno encima del otro, como si de un solo pellejo se tratase, ahí está el prófugo con un tercero. Los animalillos la miran resoplando furibundos y como una no se amilana, sobre todo porque es tarde, zas, tambien cogidos.Eso sí, ellos muy dignos, no se van a entregar al enemigo sin oponer resistencia y proceden a dejar un sinfín de huellas en las manos de su capturadora. Y porque no le ven la yugular, que si no....
Pasada casi una hora del inicio de la refriega, una ya está contenta porque solo le queda un misino que coger.
Después de divisarlo y correr arriba y abajo, abajo y arriba, alrededor de la mesa o de la cama, una, que jadea con respiración pre-mortem y ya no está para tonterías, agarra al último gato y lo mete en el transportín con la misma rapidez con que la NASA envía un cohete a la luna y es que el tiempo es oro y a una se le ha agotado hace rato.
El trayecto hasta llegar, es otra historia... (continuará)
Empieza el día "D" con la firme decisión de no ponerse de los nervios, y es que una sigue los consejos del facultativo consistentes en infundirse tranquilidad, al objeto de no poner a mil a la tropa. A medida que pasan los minutos, una se da cuenta de que la psicología moderna es un rollo y que aunque, maduramente, trates de llevar a los misinos tranquilamente, el desarrollo de los posteriores acontecimientos te demostrará, inevitablemente, que vas como de camino a la cruz.
Una todavía se pregunta porqué cuando te diriges al altillo, cosa que solo ocurre un par de veces al año, ya todos saben que vas a bajar los transportines (para ellos sinónimo de tortura segura), cuando en el mismo altillo hay cosas como para llenar el Rastro. Siempre aciertan.
Cuando ya los has bajado al suelo y abre las puertas lentamente con el inocente esperanza de que vayan metiéndose en el interior, empiezan las carreras. Ni la de San Silvestre en Madrid, ni la maratón del Corte Inglés en Barcelona, convocan a tan veloces atletas. Luego, el problema es encontrarlos ya que son vistos y no vistos. Comienza entonces una desesperada búsqueda en la cual los minutos pasan como un suspiro. Cuando ya han pasado algunos (generalmente muchos), aparece el primero agazapado en lo más recóndito de detrás de un sofá. Una lo mueve con ganas para ver si sale, pero el gato parece que queda abducido por la pared y literalmente desaparece. Vuelta a empezar.
El minino se ha ido a la otra punta del piso, que es mucha punta, y una corre que se las pela porque ha creído divisar a otro. Hay suerte y suspira pensando en el "codiciado botín". Se dirige debajo de la cama y efectivamente, cuatro ojos como faroles la miran entre desafiantes y resignados. Una trata de calmarles prometiéndoles hasta el cielo pero los gatos erre que erre. Una pasa al plan B consistente en ponerse a su altura, es decir, arrastrarse cual gusano patatero por debajo de la cama y tratar de coger alguna cola y estirarla hasta que el gato ceda. Efectivamente así pasa, no si antes haber dejado al felino casi sin rabo, pero es que a una ya no le queda más compasión que para sí misma en esos momentos. Ultimo tirón y zas, metido en el transportín. ¿Y el otro? Buena pregunta y fácil respuesta: ha huído.
Vuelta a empezar. El segundo siempre cuesta coger más que el primero, ya que el factor sorpresa no nos va a ayudar. El muy resabiadillo ha visto la táctica enemiga y se marca un objetivo: hacerse invisible.
Una cree que conoce todos los rincones de su casa, pero en dias como ese se da cuenta de que deben existir lugares en los que sólo los chinches pueden esconderse. Después de sentarse en el sofá y recobrar fuerzas y respiración, parece que la inspiración divina ha llegado por fín y pasa a ver si detrás de la nevera cabe algo más que polvo. ALELUYA, si hay que creer se cree, porque se ha producido el milagro. Amontonados uno encima del otro, como si de un solo pellejo se tratase, ahí está el prófugo con un tercero. Los animalillos la miran resoplando furibundos y como una no se amilana, sobre todo porque es tarde, zas, tambien cogidos.Eso sí, ellos muy dignos, no se van a entregar al enemigo sin oponer resistencia y proceden a dejar un sinfín de huellas en las manos de su capturadora. Y porque no le ven la yugular, que si no....
Pasada casi una hora del inicio de la refriega, una ya está contenta porque solo le queda un misino que coger.
Después de divisarlo y correr arriba y abajo, abajo y arriba, alrededor de la mesa o de la cama, una, que jadea con respiración pre-mortem y ya no está para tonterías, agarra al último gato y lo mete en el transportín con la misma rapidez con que la NASA envía un cohete a la luna y es que el tiempo es oro y a una se le ha agotado hace rato.
El trayecto hasta llegar, es otra historia... (continuará)
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