Tal como decía en el capítulo anterior, el siguiente gato no tardó en llegar. Habían pasado sólo dos años desde que entraron en casa Lua y Pepo. Recuperarlos de salud fué un trabajo más arduo y penoso que el sumario de la "Operación Malaya". Y adaptarlos a una casa, después de estar cuatro meses asilvestrados, fué otro trabajo goloso. Pasaron muchos meses en que sólo salían por la noche y eso era porque tenían hambre. Se pasaban los días escondidos en no se sabe que rincones, con lo que, cuando tenía que medicarlos hacía acopio de paciencia y sobre todo de tiempo para poder encontrarlos, pero finalmente, después de casi dos años, parecía que la cosa iba viento en popa y empezaban a sociabilizarse. No tanto como la Preysler, pero llegaron a un nivel de apariciones públicas aceptable y sus estancias cada vez más largas en el sofá o por la cama, así lo demostraban. Toda parecía encaminado hasta que...
UN DÍA SUENA EL TELEFONO: "Mamá, me han regalado un gatito".Se hizo un silencio largo y premonitorio y tragué saliva. Inmediatamente reaccioné y le dije a la niña: "Que detalle, pero devuélvelo". Después, cientos de advertencias consabidas, como que los gastos, que estará solo todo el día, que es una responsabilidad, bla, bla, bla. Y ella, naturalmente, ni caso. Vivía en una isla y por tanto había mar por medio, así que no temió para nada que yo cogiera los bártulos para ir a disuadirla y por otro lado tampoco lo hubiera conseguido. Con ese gabinete de crisis lo mejor era esperar a que se cansase de él. Y si os preguntaís porqué tanta preocupación si no era mi problema, pues la respuesta es bien sencilla: No era, pero lo sería a no mucho tardar.
No soy pitonisa pero desde luego podría dedicarme. Mis predicciones de alertas nunca fallan y en esta ocasión menos. A los pocos días de la noticia se presentan en Barcelona hija y gato. Era Navidad y Papá Noel venía con el regalo. Cuando lo ví por primera vez pensé más en un corderito que en un felino, tal era el grado de mansedumbre del cachorro. Había venido todo el viaje en avión acurrucado en los brazos de ella y al salir por la terminal del aeropuerto seguía igual.Luego, con un pequeño arnés se paseó hasta el coche con una maestría que me dió que pensar y entendí rápidamente que para sus tres meses era ya un maestro de seducción. Encima era guapo a rabiar, un siamés de ojos increíbles y enormes bigotes al que le faltó tiempo para apoltronarse en brazos todo el camino hasta llegar a casa. El tío estaba haciendo méritos ya....
Sobra decir que cuando pasó la Navidad su dueña se marchó y el gato se quedó en casa. La cosa fué como sigue: el siamés era una monada pero, que casualidad, venía lleno de hongos y el veterinario catalán debía ser mejor que el palmeño, así que con esta flagrante excusa se quedó el bicho para se tratado. Cuando los hongos desaparecieron, el gato continuó en casa.
La adaptación del minino a los otros dos que ya estaban, es digna de mención especial. Durante muchos días hubo que dividir la casa como las dos Alemanias con el muro por medio, ya que los bufidos del pequeño cuando husmeaba a los otros, eran para ponerse a mil. El gato venía sobrado y era menudo pero matón. Tenía un aire de sheriff del far west que ponía a los otros dos con los pelos erizados la mayor parte del día y sólo cuando hubieron pasado quince días los eché a los tres al ruedo, o lo que es lo mismo, los junté definitivamente al objeto de que o se sociabilizasen entre ellos o se despellejasen. Ellos mismos.
UN DÍA SUENA EL TELEFONO: "Mamá, me han regalado un gatito".Se hizo un silencio largo y premonitorio y tragué saliva. Inmediatamente reaccioné y le dije a la niña: "Que detalle, pero devuélvelo". Después, cientos de advertencias consabidas, como que los gastos, que estará solo todo el día, que es una responsabilidad, bla, bla, bla. Y ella, naturalmente, ni caso. Vivía en una isla y por tanto había mar por medio, así que no temió para nada que yo cogiera los bártulos para ir a disuadirla y por otro lado tampoco lo hubiera conseguido. Con ese gabinete de crisis lo mejor era esperar a que se cansase de él. Y si os preguntaís porqué tanta preocupación si no era mi problema, pues la respuesta es bien sencilla: No era, pero lo sería a no mucho tardar.
No soy pitonisa pero desde luego podría dedicarme. Mis predicciones de alertas nunca fallan y en esta ocasión menos. A los pocos días de la noticia se presentan en Barcelona hija y gato. Era Navidad y Papá Noel venía con el regalo. Cuando lo ví por primera vez pensé más en un corderito que en un felino, tal era el grado de mansedumbre del cachorro. Había venido todo el viaje en avión acurrucado en los brazos de ella y al salir por la terminal del aeropuerto seguía igual.Luego, con un pequeño arnés se paseó hasta el coche con una maestría que me dió que pensar y entendí rápidamente que para sus tres meses era ya un maestro de seducción. Encima era guapo a rabiar, un siamés de ojos increíbles y enormes bigotes al que le faltó tiempo para apoltronarse en brazos todo el camino hasta llegar a casa. El tío estaba haciendo méritos ya....
Sobra decir que cuando pasó la Navidad su dueña se marchó y el gato se quedó en casa. La cosa fué como sigue: el siamés era una monada pero, que casualidad, venía lleno de hongos y el veterinario catalán debía ser mejor que el palmeño, así que con esta flagrante excusa se quedó el bicho para se tratado. Cuando los hongos desaparecieron, el gato continuó en casa.
La adaptación del minino a los otros dos que ya estaban, es digna de mención especial. Durante muchos días hubo que dividir la casa como las dos Alemanias con el muro por medio, ya que los bufidos del pequeño cuando husmeaba a los otros, eran para ponerse a mil. El gato venía sobrado y era menudo pero matón. Tenía un aire de sheriff del far west que ponía a los otros dos con los pelos erizados la mayor parte del día y sólo cuando hubieron pasado quince días los eché a los tres al ruedo, o lo que es lo mismo, los junté definitivamente al objeto de que o se sociabilizasen entre ellos o se despellejasen. Ellos mismos.
Hay días en que empiezas a creer en que algo hay, que una fuerza superior te pone o arregla problemas, según el día y desde luego, depués de tantos bufidos y erizamientos, observé atónita ese día, como el chulito siamés se paseaba triunfante por delante de los morros de los otros, que lo miraban atónitos como si de un general del Pentágono se tratase. En ese preciso momento, el gato tomó conciencia de que iba a mandar, y mucho, en esa manada, pero no contaba con la estatura de Pepo que era para tener en cuenta también. Así fué creciendo y el cachorro arrogante les hacía la pascua continuamente hasta que Pepo se ponía firme y le enseñaba su poderoso lomo enervado y alguna que otra vez las uñas. Entonces el siamés, después de una resistencia moderada, ponía la directa y se retiraba no sin un aire de chulo playa como diciendo: Me voy pero volveré a por tí. Con la gata, lo mismo pero un poco más. Al ser menuda la mandaba fuera de donde estuviera así que la veía bien colocada, claro está para ponerse él y se quedaba tan ancho. Consecuencia, cuando la gata le veía venir hacia donde estaba ella, ya directamente se iba a la otra punta del piso y eso que el gatito era un recién llegado y por tanto aún no se había ganado los galones.
Con el paso de los años, gracias a todos los hados, las cosas han ido relajándose y el gato siamés al que llamamos Follet (duende) se ha convertido en un madurito un poco neuras pero muy tranquilo y afectuoso. Siempre está encima y es fotogénico cual Richard Gere mismamente, prueba de ello en este mismo blog. Capítulo aparte merecen sus manías, una de ellas la de meterse en la bañera cuando una intenta darse un relajante baño. Mientras se llena, él se pasea elegantemente por el borde y va mojándose sus patas hasta que, inevitablemente resbala y cae dentro. Esto le ha ocurrido en unas cuantas ocasiones produciendo unos daños colaterales que van desde el mojado de todo el baño, hasta el centrifugado de su pelaje, con histéricas sacudidas de él mismo, hasta que se le puede coger y secar con una toalla. Mientras, si no ha habido suerte y se ha escapado corriendo por todo el piso, deja agua suficiente por el suelo como para paliar la sequía. Un ángel.
De las otras manías, que las tiene, ya hablaremos. Ahora, solo comentar que su "verdadera dueña" volvió de la isla para ya quedarse en Barcelona y que por suerte, lo hizo sola, aunque como ya se verá, también esto duró poco. Continuará....
Con el paso de los años, gracias a todos los hados, las cosas han ido relajándose y el gato siamés al que llamamos Follet (duende) se ha convertido en un madurito un poco neuras pero muy tranquilo y afectuoso. Siempre está encima y es fotogénico cual Richard Gere mismamente, prueba de ello en este mismo blog. Capítulo aparte merecen sus manías, una de ellas la de meterse en la bañera cuando una intenta darse un relajante baño. Mientras se llena, él se pasea elegantemente por el borde y va mojándose sus patas hasta que, inevitablemente resbala y cae dentro. Esto le ha ocurrido en unas cuantas ocasiones produciendo unos daños colaterales que van desde el mojado de todo el baño, hasta el centrifugado de su pelaje, con histéricas sacudidas de él mismo, hasta que se le puede coger y secar con una toalla. Mientras, si no ha habido suerte y se ha escapado corriendo por todo el piso, deja agua suficiente por el suelo como para paliar la sequía. Un ángel.
De las otras manías, que las tiene, ya hablaremos. Ahora, solo comentar que su "verdadera dueña" volvió de la isla para ya quedarse en Barcelona y que por suerte, lo hizo sola, aunque como ya se verá, también esto duró poco. Continuará....
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