Un buen día, por llamarlo de alguna forma, a alguien de esta familia se le ocurrió que con tres gatos no había suficiente, y que sería bueno añadir algún cachorrito que diera "vidilla" a los otros que ya estaban en la denominada edad del pavo, o sea, tres años dos y uno el último. Como se verá, la tranquilidad duró poco y esa intención se cumplió en un suspiro.
La gata de una amiga había tenido cachorritos, y una, en lugar de mantener la boca cosida y cerrada a cal y canto, se le ocurre publicitarlo de tal manera, que ni anunciándolo en TV se hubiera propagado antes. La cosa fué rapidísima y Merlín aterrizó en esta casa, no si antes hacer una declaración de intenciones, por parte del miembro portador del cachorro, más contundentes que las de un presidente jurando su cargo: "De éste ya me ocuparé yo enteramente...", "Tu tranquila que del veterinario ni te preocupes..." , "Ya verás como será el último...." etc. etc. etc.
Y una, haciendo gala de una ingenuidad rayana a la tontería, va y se lo cree. No sin reticencias, claudica y cuando ve al animalito, ya es que ni se lo plantea. Así de sencillo.
Merlín era, literalmente, como un pequeño tigre rayado en gris, blanco y negro, que solo vernos ya intuyó que la lactancia se le acababa y que la cosa iba a ir de rapto impune. Así fué, efectivamente. El gato fué el último en abandonar su casa natal donde había estado plácidamente con su madre, y a la hora de marcharnos con él, lo hizo con una resistencia troyana. Alaridos dignos de un gran felino y arañazos de aquí te espero, mostraban ya un carácter de rebelde con causa que ya dió que pensar. Pero eso sí, el gatito ya estaba asignado y dar marcha atrás no era muy digno.
Adaptarse a la casa y a los otros tres no fué tarea fácil. Lo dejamos en el primer momento dentro de una caja de cartón lo suficientemente alta para que no se pudieran meter los otros ni salir él. Así se irían husmeando sin poder agredirlo. ¡Que ingenua otra vez! Ya el gatito apuntaba tigresas maneras y así que intuía expectantes presencias cerca de su bunker, gruñía de una manera que a los otros les debía de sonar a manada de rinocerontes, ya que salían corriendo en masa hasta nueva intentona, y eso que Merlín sólo tenía UN MES.
Muy poco duró su cautiverio. El mismo día, todavía aún no se como, salió de la caja y tambaleante, dada su corta edad, se empezó a buscar la vida. Para comenzar, fué a comer donde todos los demás y se agarró al pienso como si de caviar iraní se tratase. En un plumazo pasó de la lactancia a la alimentación adulta sin ninguna contemplación. Intenté ponerle dieta apropiada para cachorros, pero tarea inútil. Al gato le gustaban más los sabores contundentes y en cuanto a los dientes no había problema, ya que casi sin ellos, tenía una fuerza de mordida de la que, doy fé, no se escapaba nada para afuera. Mientras, los otros lo contemplaban gruñendo, pero desde lejos, viendo como el advenedizo, se zampaba su rancho en un plisplas. La cosa iba a estar reñida a partir de ahora.
En ese mismo momento, los demás tuvieron constancia de que por mucho que intentasen intimidarlo no iban a conseguir su propósito y que iban a pasar de plácidos residentes a cabreados invadidos. Efectivamente, durante muchos días, al sonido del pienso al caer a los comedores o el click de la lata, el pequeño corría como un Valentino Rossi y llegaba antes que los demás y se agachaba a comer, profiriendo disuasores gruñidos al efecto que no lo molestase nadie mientras. Se llenaba tanto que arrastraba su pequeña barriga por el suelo y después se iba a descansar del esfuerzo, allí donde más le placía. Normalmente también solía ser algún lugar predilecto del resto, a lo cual asistían atónitos y a pesar que le demostraban su malestar, el cachorro ni se los miraba. En todo caso, todavía osaba a gruñirles él como si estuviera ofendido.
Con el paso de los días, los otros tres pensaron aquello de que "si no puedes con el enemigo únete a él" y vaya si lo hicieron. El siamés Follét fué el primero en darse cuenta de las ventajas de la rendición y empezó a tratarlo como si de un hijo se tratara, acompañándolo a una prudente distancia, a todos los lugares. Si el cachorro iba a comer, Follét le acompañaba permitiéndole que se saciase antes y cuando Merlín estaba casi lleno, se atrevía ya a comer él también, en una señal inequívoca de un futuro compincheo que dura hasta hoy. Los otros tomaron buena nota y aunque tardaron muchos, pero que muchos días en resolver el tema, lo consiguieron. Para eso tuve que intervenir colocando un recipiente para cada uno, al que todos tienen asignado el propio y lo que es curioso es que cada uno de ellos va siempre al mismo, es decir, es como si llevaran un nombre y ellos pudieran distinguirlo. Misterios gatunos.
Cuando colocaba a Merlín en su pequeña cama para que durmiera, Follet se iba con él enroscándose hasta el infinito al objeto de caber los dos, tarea imposible para mí pero no para ellos tal como demuestran muchas fotos de entonces en las que no se sabe bien si es un ovillo de lana multicolor o un híbrido de algo raro lo que se está mirando. Merlín adoptó a Follet como si de una niñera se tratase y éste se encargó de que los demás lo aceptasen poco a poco, más por resignación que por hermandad, y eso también perdura hasta hoy.
Efectivamente, los demás siempre se lo han mirado con distancia y con enorme respeto, ya que el pequeño misino de menos de un kilo que vino a casa, se ha convertido en un enorme gato de siete kilos, al que la dieta le hace estar con el ceño fruncido la mayor parte del día. No es nada agresivo pero su presencia impone dado el empaque de su figura y tiene un aire de seriedad que ni los jueces lo superan. También tiene aficiones informáticas ya que es el que más teclea en el ordenador y hasta ha llegado a sacar una tecla y hacerla desaparecer hasta el día de hoy. Atónito se quedó el operario que me vendió otra de repuesto, y ante su cara creo que todavía no cree la versión del robo del gato. No saben ellos de las habilidades felinas....
La gata de una amiga había tenido cachorritos, y una, en lugar de mantener la boca cosida y cerrada a cal y canto, se le ocurre publicitarlo de tal manera, que ni anunciándolo en TV se hubiera propagado antes. La cosa fué rapidísima y Merlín aterrizó en esta casa, no si antes hacer una declaración de intenciones, por parte del miembro portador del cachorro, más contundentes que las de un presidente jurando su cargo: "De éste ya me ocuparé yo enteramente...", "Tu tranquila que del veterinario ni te preocupes..." , "Ya verás como será el último...." etc. etc. etc.
Y una, haciendo gala de una ingenuidad rayana a la tontería, va y se lo cree. No sin reticencias, claudica y cuando ve al animalito, ya es que ni se lo plantea. Así de sencillo.
Merlín era, literalmente, como un pequeño tigre rayado en gris, blanco y negro, que solo vernos ya intuyó que la lactancia se le acababa y que la cosa iba a ir de rapto impune. Así fué, efectivamente. El gato fué el último en abandonar su casa natal donde había estado plácidamente con su madre, y a la hora de marcharnos con él, lo hizo con una resistencia troyana. Alaridos dignos de un gran felino y arañazos de aquí te espero, mostraban ya un carácter de rebelde con causa que ya dió que pensar. Pero eso sí, el gatito ya estaba asignado y dar marcha atrás no era muy digno.
Adaptarse a la casa y a los otros tres no fué tarea fácil. Lo dejamos en el primer momento dentro de una caja de cartón lo suficientemente alta para que no se pudieran meter los otros ni salir él. Así se irían husmeando sin poder agredirlo. ¡Que ingenua otra vez! Ya el gatito apuntaba tigresas maneras y así que intuía expectantes presencias cerca de su bunker, gruñía de una manera que a los otros les debía de sonar a manada de rinocerontes, ya que salían corriendo en masa hasta nueva intentona, y eso que Merlín sólo tenía UN MES.
Muy poco duró su cautiverio. El mismo día, todavía aún no se como, salió de la caja y tambaleante, dada su corta edad, se empezó a buscar la vida. Para comenzar, fué a comer donde todos los demás y se agarró al pienso como si de caviar iraní se tratase. En un plumazo pasó de la lactancia a la alimentación adulta sin ninguna contemplación. Intenté ponerle dieta apropiada para cachorros, pero tarea inútil. Al gato le gustaban más los sabores contundentes y en cuanto a los dientes no había problema, ya que casi sin ellos, tenía una fuerza de mordida de la que, doy fé, no se escapaba nada para afuera. Mientras, los otros lo contemplaban gruñendo, pero desde lejos, viendo como el advenedizo, se zampaba su rancho en un plisplas. La cosa iba a estar reñida a partir de ahora.
En ese mismo momento, los demás tuvieron constancia de que por mucho que intentasen intimidarlo no iban a conseguir su propósito y que iban a pasar de plácidos residentes a cabreados invadidos. Efectivamente, durante muchos días, al sonido del pienso al caer a los comedores o el click de la lata, el pequeño corría como un Valentino Rossi y llegaba antes que los demás y se agachaba a comer, profiriendo disuasores gruñidos al efecto que no lo molestase nadie mientras. Se llenaba tanto que arrastraba su pequeña barriga por el suelo y después se iba a descansar del esfuerzo, allí donde más le placía. Normalmente también solía ser algún lugar predilecto del resto, a lo cual asistían atónitos y a pesar que le demostraban su malestar, el cachorro ni se los miraba. En todo caso, todavía osaba a gruñirles él como si estuviera ofendido.
Con el paso de los días, los otros tres pensaron aquello de que "si no puedes con el enemigo únete a él" y vaya si lo hicieron. El siamés Follét fué el primero en darse cuenta de las ventajas de la rendición y empezó a tratarlo como si de un hijo se tratara, acompañándolo a una prudente distancia, a todos los lugares. Si el cachorro iba a comer, Follét le acompañaba permitiéndole que se saciase antes y cuando Merlín estaba casi lleno, se atrevía ya a comer él también, en una señal inequívoca de un futuro compincheo que dura hasta hoy. Los otros tomaron buena nota y aunque tardaron muchos, pero que muchos días en resolver el tema, lo consiguieron. Para eso tuve que intervenir colocando un recipiente para cada uno, al que todos tienen asignado el propio y lo que es curioso es que cada uno de ellos va siempre al mismo, es decir, es como si llevaran un nombre y ellos pudieran distinguirlo. Misterios gatunos.
Cuando colocaba a Merlín en su pequeña cama para que durmiera, Follet se iba con él enroscándose hasta el infinito al objeto de caber los dos, tarea imposible para mí pero no para ellos tal como demuestran muchas fotos de entonces en las que no se sabe bien si es un ovillo de lana multicolor o un híbrido de algo raro lo que se está mirando. Merlín adoptó a Follet como si de una niñera se tratase y éste se encargó de que los demás lo aceptasen poco a poco, más por resignación que por hermandad, y eso también perdura hasta hoy.
Efectivamente, los demás siempre se lo han mirado con distancia y con enorme respeto, ya que el pequeño misino de menos de un kilo que vino a casa, se ha convertido en un enorme gato de siete kilos, al que la dieta le hace estar con el ceño fruncido la mayor parte del día. No es nada agresivo pero su presencia impone dado el empaque de su figura y tiene un aire de seriedad que ni los jueces lo superan. También tiene aficiones informáticas ya que es el que más teclea en el ordenador y hasta ha llegado a sacar una tecla y hacerla desaparecer hasta el día de hoy. Atónito se quedó el operario que me vendió otra de repuesto, y ante su cara creo que todavía no cree la versión del robo del gato. No saben ellos de las habilidades felinas....
Siempre está cerca y es como una enorme sombra que acompaña silenciosamente allá donde se encuentre una. El único inconveniente está en que cuando se coloca encima de las piernas, se va a necesitar después un ejercicio de tonificación, ya que dado su peso, se te pueden llegar a dormir con el consiguiente malestar pero ¿quién se resiste a la placidez que da el sueño de un gato? y ¿quién lo quita de encima para que te mire después con cara de huerfanito?. Yo no, desde luego. Pues ala, a aguantar.
Yo pensé que con Merlín estaba el cupo lleno y así me lo creí durante algunos años. Era feliz porque todos estaban bien adaptados y cada uno tenía sus lugares y sus costumbres a las que también estábamos ya resignados los humanos. Y en esa calma chicha que parecía eterna, tenía que venir la tormenta tropical. Se llamó Escarlata y sus efectos devastadores duran hasta hoy. Continuará...
No hay comentarios:
Publicar un comentario